jueves, 31 de mayo de 2007

Día de Reflexión comunitaria: "AFECTIVIDAD Y VIDA CONSAGRADA"

Todo me es lícito; más no todo me conviene.
Todo me es lícito, más no me dejaré dominar por nada. I Co 6, 12.


AFECTIVIDAD Y VIDA CONSAGRADA




La realidad actual nos muestra que la humanidad está cada vez más en deterioro. Como que se estuviera gestando una cultura de la muerte, de la indiferencia, del vacío, de la depresión y la pérdida de sentido, gusto y pasión por la vida, etc. Siendo así, el presente tema y escrito relacionado con la afectividad, pretende ser como un elemento motivador para ver esa realidad, desde nuestro ser de religiosos, Misioneros del Verbo Divino. Invitándonos a mirar qué tan felices estamos siendo y qué tan felices estamos haciendo a los demás con nuestra vocación.

1. Afectividad – efectividad

Al hablar de efectividad de nuestra afectividad, hablamos de esa manera como realizamos o vivimos nuestra afectividad. En el proceso de la vida religiosa es más fácil huir o escaparse del crecimiento afectivo de lo que pensamos. No es como el caso de un hombre casado, que constantemente tiene que relacionarse con su esposa e hijos quienes a su vez le compensan y recompensan emocionalmente con abrazos, besos, caricias, etc. Este hombre puede crecer afectivamente con mayor facilidad que un religioso, pues no le es tan fácil ni necesario encerrarse en sí mismo o en su habitación como sí lo puede ser para el religioso, causando grandes desafíos en su vida espiritual, comunitaria, académica y pastoral, tales como: a) - pasividad, rutina, relaciones superficiales (con los demás y por consiguiente con Dios), fanatismo, flojera, falta de constancia en el trabajo o actividades proyectadas, racionalización de todo, y justificación de toda falta; b) - Y, como todos los seres humanos, están las evasiones por medio del alcohol, la comida, la televisión, el Internet, o las relaciones y amistades no muy sanas o inapropiadas. Corremos el riesgo, sin damos cuenta, de caer en «la triste soltería cerrada sobre sí misma».

Para la reflexión
- Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Jn 10, 10.
- ¿Como religioso sientes estar viviendo la vida en plenitud? ¿Qué te haría falta?



2. Afectividad – Inteligencia emocional





El manejo complejo de las emociones forma lo que algunos psicólogos llaman «la inteligencia emocional», señalan cinco aspectos de lo que facilita la madurez emocional necesaria para vivir con felicidad y eficacia.

1. Auto-conocimiento, en el acto: podemos desarrollar la capacidad de reconocer los múltiples sentimientos que experimentamos en la vida diaria. A veces es solamente con la perspectiva de tiempo que reconocemos que «estuve enojado», o «estuve atraído sexualmente», o «estuve aburrido». El reconocer en el momento actual nos permite revisar la interpretación dada a una emoción y ser consciente de la moción o acción tomada.

2. Manejar y procesar las emociones: el manejo de las emociones permite que uno mantenga el equilibrio y busque la expresión apropiada. Tenemos la capacidad de contener sanamente las emociones y somos libres para buscar la expresión emocional que más conviene a nosotros y a los demás.

3. La auto-motivación: bien podemos ser dueños de nosotros mismos y programar con flexibilidad nuestras emociones. La gratificación postergada y la responsabilidad por mis propias actitudes, estados de ánimo, etc. son elementos fundamentales para la madurez. Las actitudes básicas de optimismo o pesimismo, o de ser un agente activo o quedarme como víctima frente a circunstancias y emociones juegan un papel clave en el éxito y felicidad de la persona. Hay situaciones en las que el estado anímico de la persona está afectado por una depresión clínica u otras condiciones que pueden requerir atención profesional. Pero hasta en estas situaciones la actitud y esfuerzo personal son dimensiones importantes en el tratamiento.

4. Reconocer las emociones en los demás: empatía. La empatía es la habilidad de comprender adecuadamente la experiencia interior de otra persona, y de comunicarle esta comprensión. Es ser capaz de «ponerse en los zapatos del otro». Además de ser la clave de la intimidad. Los estudios de la psicología social han comprobado que la empatía es un elemento indispensable en el altruismo y la dinámica que lleva a la persona hacia un compromiso social.

5. Relaciones interpersonales: Para tener éxito en la vida uno necesita desarrollar la capacidad de relacionarse con otros en pares y en grupos. Lograr éxito en un proyecto exige la capacidad de comunicarse, colaborar con otros, resolver conflictos y utilizar las dimensiones de la inteligencia emocional.
La inteligencia emocional es el desafío continuo de la madurez afectiva. Aristóteles en su Ética a Nicómaco presenta el reto de lograr lo que hoy se llama la inteligencia emocional: "Cualquier persona puede llegar a enojarse; esto es lo más fácil. Pero el enojarse con la persona indicada, en el nivel apropiado, con el momento oportuno, por un motivo razonable y en el forma adecuada, no es fácil". Se trata de un proceso de maduración, cuya meta es lograr un equilibrio, mantener un balance sano y encontrar una expresión adecuada.

Para la reflexión
- Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu, diversidad de ministerios pero un mismo Señor; diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos I Co 12, 4-6. ¿Sientes a Dios obrando en ti?


3. Afectividad – espiritualidad


La madurez afectiva es una dimensión integral de una espiritualidad holística (totalizante) que busca el crecimiento de toda la persona en relación con Dios. En términos espirituales, un esquema para crecer afectivamente seria el siguiente:

1. Aceptar que las emociones son, existen. Acepta las emociones del enojo, del enamoramiento, de la atracción… y no tres semanas después. Presenta el estado anímico en el momento de la oración en vez de excluir las emociones de la relación con El Señor. Con frecuencia tratamos de solucionar la situación de emociones preocupantes antes de rezar, o nos centramos en la culpabilidad por sentir ciertas emociones. Cuando se trata de nuestra propia vida, nos olvidamos que Dios nos ama como somos. La trampa es que no somos capaces de aceptamos como verdaderamente somos.


2. Nombrar las emociones:
Trata de explorar los matices de los sentimientos. A veces hay varios niveles en tos sentimientos. Por ejemplo, resentimiento y enojo pueden enmascarar heridas y sentimientos de vergüenza y sentirse rechazado o no apreciado... El autoconocimiento nos permite ser sensible a los orígenes en nuestra historia personal y situar nuestras emociones en el contexto social y cultural. Como Adán y Eva lograron a controlar su mundo cuando Dios les invitó a nombrar las criaturas, también nosotros podemos ser dueños de nuestra afectividad cuando seamos capaces de identificar lo que experimentamos.

3. Domesticar nuestras emociones: La meta no es suprimir o negar, sino con humildad aprender a sentir y expresar nuestra afectividad, con frecuencia en el pasado la dominación de las emociones se confundió con la represión y supresión voluntarista de la afectividad. A veces nos tratamos a nosotros mismos con una dureza que casi nunca brindamos a otros. Necesita-mos tratarnos no sólo con paciencia, con una firmeza compasiva, sino también con un toque de buen humor. Como San Pablo, todos llevamos algunas heridas o tendencias espinosas hasta el día que estemos invitados a vivir en la presencia plena del Señor. Es un proceso con el Señor que iremos viviendo en el examen de conciencia, en el diálogo, la oración y la conversación con los demás, cuya meta es la integración y la expresión apropiada de nuestra afectividad.

Nuestra Espiritualidad verbita, no es una espiritualidad de la mera tolerancia o peor aún, del aguante, es una espiritualidad de la comunión y de la comunicación, donde se trata de unidad y de integridad, de conocernos desde nuestras dimensiones (física, psicológica y espiritual o individual, social y trascendente) y querernos los unos a los otros tal como somos. Es la Espiritualidad de la valoración humana en su totalidad, porque solo desde la humanidad (encarnación) se puede concebir a Dios. Y esta Espiritualidad solo será posible en nosotros en la medida que seamos sensibles, que captemos nuestras emociones frente a nuestros hermanos de comunidad y de vida cotidiana. El hombre hace la misión y la asume como algo propio y con responsabilidad para con los demás. El hombre sujeto y responsable sale de su aislamiento de una vida privada a una vida compartida con los demás hombres… La misión engendra a una humanidad entre iguales, todos como participes en toda acción humana. Eso significa sin ninguna dominación en todas las áreas de la vida humana. Solo así podemos hablar de una comunidad como una convivencia, una relación entre iguales y de una participación de todos. Cada uno es sujeto íntegro dentro de la comunidad, dentro de su propia renovación y hacia su propio destino.
Siendo así, dónde más encontrar la fuente de una afectividad sana, equilibrada y compartida, sino en nuestra propia comunidad. Ojala que si no escuchamos o leemos la Palabra de Dios diariamente, para alimentar nuestra espiritualidad, por lo menos podamos escuchar y leer a esa Palabra encarnada en nuestros compañeros de comunidad, pues solo así la gente podrá percibir que experimentamos en nuestras propias vidas el Reino de Dios que anunciamos (Const. 106). Y concibiéndonos así, como Palabra Divina hecha carne o Verbo Divino hecho carne, concreto y palpable, talvez podremos entender y vivir la comunicación en su expresión más profunda: abrirse a otros en amor (Const. 115).

Para la reflexión
- Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno a su modo. I Co 12, 27. Lo que les mando es que se amen los unos a los otros. Jn 15, 17. ¿Crees que eres el Cuerpo de Cristo, cómo lo amas y amas el de los demás?


ARBOL




Con mis brazos extendidos, con mis manos abiertas, con mi corazón lleno de bondad: ¡soy como un árbol!

Y soy más que los árboles de la ribera, porque puedo dar frutos en cualquier estación, cuando el cielo está gris o cuando el frío paraliza a los hombres y a la tierra.

Soy como un árbol privilegiado que puede decir siempre al hermano ¡ven a comer de los frutos de mi árbol!

Ven a compartir mi sonrisa si te oprime la tristeza.

Ven a saborear mi perdón si el mal te ha hecho daño.

Ven por mi amistad si el miedo te atenaza.

Ven a compartir mi gozo si el dolor te ha herido.

¡Ven a cobijarte bajo mi árbol!